Diamantes negros, de Jimmy Entraigües, o el discreto encanto del ladrón de guante blanco
René Clemont es un ladrón de los que ya no quedan. Es un ladrón de guante blanco, que no es lo mismo que un ladrón de cuello blanco. Este es una persona que comete crímenes no violentos como fraude, corrupción, evasión de impuestos, lavado de dinero, entre otros y suelen ser llevados a cabo por personas que se visten elegantemente pues los delincuentes suelen ser profesionales de negocios o líderes políticos, mientras que los delitos de guante blanco se relacionan con el hurto, el robo, el plagio, la apropiación indebida, la estafa, entre otros, realizados sin violencia o intimidación directa. Un ejemplo podría ser un ladrón que se lleva una pieza de un museo sin que nadie lo note.
El sociólogo Edwin Sutherland introdujo el concepto de “crimen de cuello blanco” en 1939 y lo describió como “un delito cometido por un profesional contra una gran corporación, agencia u otra entidad profesional”.
Tanto la vida real como la literaria han sido pródigas en este tipo de villanos que muchas veces se convierten en una especie de héroes por su ingenio para planificar robos, por su habilidad para escapar de la policía o por sus múltiples trucos para esconder su identidad, disfrazarse o pasar desapercibido.
De la vida real tenemos el caso de Vincenzo Peruggia, italiano que robó del Louvre la famosa Monalisa para devolverla a su patria y fue aclamado como un héroe en su Italia natal. O Albert Spaggiani, que robó el Banco Francés de Niza y escapó a través de las cloacas. O Frank Abagnale que a los 19 años era un consumado ladrón, posteriormente se hizo rico como como asesor de seguridad y Spielberg hizo una película sobre él (Atrápame si puedes). O Leonardo Notarbartolo, y Gaspar Lemarc, expertos en robo de joyas y diamantes.
De la ficción hay una amplia tradición especialmente en la literatura francesa con el elegante y sofisticado Arsenio Lupin, creado por Maurice Leblanc en 1905, o los archivillanos Rocambole o Fantomas, aunque vale aclarar que este último más que ladrón era un asesino.
La acción trascurre en Valencia, ciudad apetecida por mafias de todas clases y procedencias por su condición de ciudad portuaria, lo cual permite un incesante movimiento de mercancías de todas clases, tanto legales como ilegales. Entre las últimas se encuentran oro de sangre y diamantes negros. Es decir, mercancía muy valiosa de dudosa procedencia, debido a que para su extracción se usaron métodos violentos o violatorios de los derechos humanos como trabajo esclavo.
Y ningún sitio mejor para esconder este tipo de mercancía que una joyería de un popular barrio valenciano. Como toda joyería, la de Beltrán tiene una caja fuerte. Es un negocio modesto, vetusto, en los bajos de una finca. Su principal producto de venta son anillos matrimoniales, zarcillos, algún collar, pulseras, nada del otro mundo, artículos baratos para gente sin muchos recursos que quiere darse un lujo de vez en cuando.
Jiménez, representa a unos poderosos señores que trafican con mercancía ilegal y le propone a Beltrán guardar en su caja fuerte un lote de estas piezas. A cambio le pagará con varios relojes de marca. Esto es lo que, en jerga policial, se llama “colchón”, es decir un lugar seguro donde guardar mercancía muy valiosa sin llamar la atención, mientras se decide qué hacer con ella.
Con lo que no cuentan es que desde hace tiempo René Clemont le tiene el ojo puesto a la joyería. Clemont es un ladrón veterano especializado en tobo de diamantes y joyas que desde hace tiempo no comete un robo porque se enamoró de Montse, profesora, y viven juntos en un piso en Valencia. Pero René tiene la aspiración de jubilarse y quiere que su jubilación sea lo más dorada y reluciente posible para compartirla con su querida Montse, que, por supuesto, nada sabe de su historial delictivo.
Y es que en el pasado René hizo varios robos importantes dejando como sello personal –aficionado al ajedrez, después de todo– un alfil de ajedrez en cada uno de ellos. Al estilo de Lupin, quien dejaba un as de corazones como recuerdo romántico de sus fechorías en el lugar de los acontecimientos.
Está decidido: lanzará su último golpe y se retirará después tranquilamente con su amada a una soleada isla caribeña. Para ello cuenta con su astucia, su ingenio para planificar robos y la ayuda de Daniel, un joven ladrón tan entusiasta como novato. Está todo preparado: la fecha, la hora, el modus operandi, la evaluación técnica de los sistemas de seguridad. La caja de herramientas de René tiene muchos y muy variados instrumentos, pero entre ellos no hay pistolas ni revólveres. René evita la violencia, nunca ha usado.
Pero la inspectora Laura Castell, cuarenta años, muy bien conservada, tiene una sospecha. Ella trabaja en el departamento de obras robadas de la policía y tiene una amplia experiencia en esta materia, tanta que con frecuencia la llaman para asesorías. Ella conoce al dedillo la fama de “Ladrón del alfil”, quien tiene muchos años inactivo y no le extrañaría para nada que estuviera en Valencia, así como tampoco que anduviera planificando un robo porque, como sabe por experiencia, robar a esos niveles es una actividad que genera mucha adrenalina, y la adrenalina produce adicción.
El robo tiene lugar, todo lo planificado se cumple de manera milimétrica. Ni un solo error en la ejecución hasta que René abre la caja fuerte y se encuentra con una sorpresa mayúscula: no contaba con todo lo que había escondido allí. Entonces Daniel, por nerviosismo, comete el primero y el único error. El robo se complica de una manera sorprendente cuando la policía llega y el final es tan inesperado como emotivo, cuando Castell busca a Montse para que intervenga.
Jimmy Entraigües ha bordado una novela que se deja leer con mucha facilidad. En un estilo elegante, con una prosa cuidada, redonda, que hoy en día escasea especialmente en este tipo de novelas, la trama se va acelerando de manera casi imperceptible hasta volverse un auténtico thriller, con la acción incluida de comandos albano-kosovares. Y, por supuesto, los patéticos intentos de Puchades, el jerarca político de turno, para impedir ser relacionado con el valiosísimo alijo.
Los personajes femeninos brillan con luz propia, en particular la despampanante Sandra Lezama, abogada de Clemont, quien lo ha sacado de atolladeros en más de una ocasión y que es capaz de tragarse un puñado de diamantes como pago por sus servicios profesionales.
En suma, Diamantes negros es una novela cuyo único defecto, a diferencia de otras, es ser demasiado corta. Ojalá que Entraigües tenga entre sus planes de escritor seguir desarrollando estos fascinantes personajes y nos vuelva a regalar su elegante prosa y su capacidad de imaginar tramas de alta tensión narrativa.
Eloi Yagüe Jarque
Estimado Eloi: mil, mil, gracias por tan bellas palabras sobre mi novela. Me alegra mucho que te haya gustado teniendo en cuenta lo exigente que eres en tus lecturas. Creo que René se sentirá encantado de formar parte de esa afamada lista de ladrones tan 'históricos' que mencionas al inicio de tu texto. Gracias, de corazón. Un abrazo.
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