Tras la pista de Modiano

 

                                                                

A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron.

      En el café de la juventud perdida (2007), Patrick Modiano


La librería estaba tan cerca de mi casa que podía ir a pie pero preferí tomar el autobús 89. Al subir confieso que las rodillas me temblaban, había mucho de aventura en esa acción. Sentado entre la gente enmascarada (eran tiempos de pandemia) llegué a sentirme como algún personaje de Modiano, tal vez como el nebuloso Rubirosa. 

Me bajé en Peris y Valero y caminé hacia la calle San Jacinto de Castañeda. Llegué al número señalado y me sorprendió no ver un letrero con el nombre de Librería El Cárabo. Lo que había era una pared de hierro ondulado, con una puertita. Toqué el timbre y la puertita se abrió. Una mujer me invitó a pasar. Lo hice. Era una bodega oscura llena de libros desde el suelo hasta el techo. El olor a papel viejo me embriagó al instante.

–Quédese ahí, no puede pasar –me dijo–. Esto es un almacén.

Entendí y le dije que había pedido el libro por internet. Revisó un ordenador portátil que tenía encima de un escritorio gris, se dirigió a un anaquel cercano y volvió con el libro en la mano. No lo podía creer. Lo manoseé, lo olí, lo hojeé. Estaba como nuevo, solo tenía una pequeña y discreta firma en azul en la primera página. Había pertenecido a otra persona pero a mí no me importaba: ahora era mío, completamente mío. Más que un libro, era un fragmento de mi memoria, un pedazo de mi vida.

Almas errantes

Siempre que leo o releo a Patrick Modiano me dan ganas de escribir. Uno de mis libros favoritos es la calle de las bodegas oscuras. “Intromisión de almas errantes en la novela policíaca”, se lee en la contraportada de la edición de Monte Ávila Editores.

El protagonista de la novela (creo que nunca sabemos su nombre, es parte del juego) descubre que no recuerda un pedazo de su vida, tiene lo que llaman un blackout. Es como si se hubiera quedado dormido algunos años y despertara de pronto sin saber lo que ha ocurrido a su alrededor. ¿Cuál es el motivo de la amnesia? Puede ser un golpe, un accidente o el alcohol, da igual; el hombre intuye que es importante reconstruirlo  y decide investigar. 

La calle de las bodegas oscuras, es un buen título, alude a la característica de una memoria que está compartimentada en espacios estancos, sin relación aparente entre sí. Cada compartimiento es una bodega oscura, a menos que alguien quiera arrojar luz sobre su contenido. Hasta ahora “lo más Modiano” que he escrito ha sido Amnesia parcial, un texto que fue publicado como un capítulo de mi segunda novela Cuando amas debes partir pero que en realidad nada tiene que ver con la trama de esa novela. Además es un texto oscuro que solo tiene valor como fragmento narrativo, como ejercicio de estilo. 

La calle de las bodegas oscuras

Mi relación con Modiano siempre es curiosa, sorprendente, yo diría que mágica. La primera noticia que tuve de él fue en la década de los ochenta gracias a que Monte Ávila Editores, en aquel entonces una poderosa editorial de alcance iberoamericano, publicó La calle de las bodegas oscuras (Rue de boutiques obscures), en una preciosa edición con excelente traducción de Jorge Musto y portada de Víctor Viano. 

Modiano acababa de ganar el Goncourt con esa su sexta novela. El jurado del premio literario no andaba muy errado: año después Modiano ganaría el Nobel. Ya Monte Ávila había publicado otra novela suya Villa Triste pero nunca llegué a verla. El gran poeta Juan Liscano era por ese entonces el director y logró que la editorial tuviera presencia internacional. Creo que incluso llegó a abrir una librería en Madrid.

Yo andaba entonces en la onda de la novela negra. Quería ser novelista y policial, no sé si era un capricho o una opción ineludible dado que ya había leído muchas novelas de Agatha Christie gracias a mi tía Pilar, que era fan suya y las tenía todas, o a la influencia de Chandler y Hammet que había leído en mis años universitarios, cuando la revolución parecía a la vuelta de la esquina y la novela negra se convirtió en bandera de izquierdistas trasnochados.

No recuerdo cuando empecé a leerla, solo recuerdo que me atrapó desde el principio, uno de esos libros que te producen amor a primera lectura. Me parecía extraordinaria la capacidad de Modiano de jugar con elementos del policial sin que la historia llegara a serlo: aunque había una investigación en marcha no había cadáver ni violencia ni asesinos. El único cuerpo del delito era el olvido. Un detective amnésico procuraba reconstruir su pasado. Nada más. 

Esa búsqueda se convertía en un viaje hacia sí mismo. En esa indagación aparecían nombres, rostros, fotos, direcciones, calles, bares, esquinas, cafés, el detective se convertía en un flâneur, un paseante que recorría calles algunas inquietantes, otras luminosas.

Por supuesto que ha habido muchos escritores que ha abordado el tema de la memoria pero a mi modo de ver ninguno como Modiano, con esa sutileza, con esa riqueza expresiva y esa prosa tan eficaz como fulgurante.

Un vacío en la estantería

Esa es la historia de la historia. Ahora bien, la historia de mi relación con el libro es otra, paralela. El libro lo presté no recuerdo a quién pero, como suele ocurrir, no me lo devolvió nunca. Cuando me di cuenta ya era muy tarde. Al notar su ausencia en mis anaqueles sentí una especie de orfandad y salí a comprarlo de nuevo. Esta vez no fue tan fácil, ya no era una novedad. Pero lo logré. 

La segunda pérdida fue aún más extraña y no descarto que haya sido un robo pues no recuerdo habérselo prestado a nadie. Simplemente desapareció de mi biblioteca. Toda búsqueda posterior fue inútil y la memoria se negaba a socorrerme. 

Cuando las dolorosas circunstancias de Venezuela motivaron mi retorno a España, tuve que dejar mi biblioteca en Caracas, con el desasosiego de pensar que el libro estaría perdido en algún anaquel inaccesible que aún no hubiera revisado. 

Al llegar a Madrid una de las primeras cosas que hice fue comprar la edición de Anagrama. La leí, por supuesto, pero me produjo cierta desazón. Era insuperable la nostalgia por aquella otra edición de Monte Ávila que me parecía superior en todos los sentidos. De todos modos, tenía el libro, no todo estaba perdido aunque no podía resistir la sensación irracional de que era “un otro libro” distinto al que yo había conocido y tenido en mis manos muchos años antes en Caracas.

Por equis razón (ciertamente no por casualidad) me metí en la página web Uniliber y coloqué en el buscador el nombre del libro que por cierto en la edición de Anagrama es diferente: Calle de las tiendas oscuras. Por eso puse Calle de las bodegas oscuras y apareció la conocida portada de Viano. Varias librerías lo tenían, algunas a precios asustadores por ser de otras ciudades o de otros países. Pero una de ellas, llamada Cárabo, estaba en Valencia y lo tenía al precio más económico.

Volví a casa con mi tesoro en la mochila. Ahora tengo los dos libros en mi estantería, uno al lado del otro. Sé que de noche cuchichean Pedro MccEroy con Gay Orlow y Freddie Howard de Luz. Algún día le contaré a Modiano que encontré su libro en una oscura bodega valenciana. Tal vez sonría.









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