Una novela "trepidante"

Marcel Proust

Cada vez que escucho “la fulana novela es trepidante”, tiemblo; oh sí, cómo tiemblo.

Trepidar es “temblar, vibrar o estremecerse [una cosa] con movimientos breves y rápidos. Los edificios trepidan cada vez que un tren subterráneo pasa bajo sus cimientos”. Mientras que trepidante es: “Que se desarrolla de forma muy rápida, movida y emocionante: Su última película tiene un ritmo trepidante”.

Fíjense que la RAE pone como ejemplo de trepidante una película. Por eso llama la atención que algunas personas busquen en una novela lo que ofrece el cine o las series de acción. Hay quien considera que una novela debe ser trepidante, que así es como debe ser una novela. Pero escribir una novela trepidante es muy fácil, basta con tener un ataque de hipo para redactar párrafos cortos o escribir como si manejaras un martillo neumático.

¿Es un valor agregado que una novela sea trepidante? ¿Hace falta que lo sea? ¿Es un requisito sine qua non?

Pues no, una novela no tiene por qué ser trepidante. Una novela incluso puede ser lenta, muy lenta. Porque la novela no es solo una anécdota que se despliega de manera acelerada, en crescendo, o complicándose más a cada página. El ritmo narrativo es solo uno de los factores de una novela, hay otros no menos importantes como el diseño de los personajes, los monólogos interiores, las reflexiones, las descripciones. 

Claro que hay novelas que exigen un ritmo más acelerado que otras, por ejemplo las novelas negras, algunas de ellas pueden volverse trepidantes a medida que se acerca el desenlace. Lo que no perdonan los amantes de este género o de los thrillers es que las novelas sean aburridas. Suelen ser novelas que empiezan in media res y van complicándose cada vez con mayor velocidad. ¿Es esto una ventaja? ¿Qué pasa con la novela psicológica , aquella que necesita un estilo reposado que permita desarrollar los caracteres de los personajes en profundidad?

El thriller, es un invento reciente que aprovechan la velocidad del cine y la televisión. Si aplicamos el “criterio trepidante”, más de la mitad de la literatura tendría que ir al foso, comenzando por En busca del tiempo perdido, de Proust. Claro, dirán, en el siglo 19 había otro tempo, más mesurado, menos fragmentario y Marcel, de cuya muerte se cumplen cien años, no tenía que interrumpir la escritura para atender un tuit de un admirador.

Yo, en lugar de las novelas trepidantes, prefiero las reposadas, aquellas en la que los personajes no se quedan sin aliento porque el autor los obliga a correr cien metros planos y al final de la novela sabemos mucho de su capacidad aeróbica pero muy poco  de su mundo interior.

Novela en la que el protagonista no tiene tiempo de tomarse un whisky y tener una conversación irrelevante, o de desvariar mirando las volutas de humo deshacerse en el techo de la habitación mientras se fuma un cigarrillo después de haber hecho el amor, me deja un tanto indiferente. 

Desconfía cuando vayas a comprar un libro y veas en el cintillo el adjetivo “trepidante”. Mejor es “intrépida”.






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