CUANDO EL MONSTRUO ES EL PADRE

 


Robert Mitchum, como el falso predicador en La noche del cazador
Robert Mitchum como Powell, el falso predicador, en La noche del cazador.


En la serie británica Somewhere boy, un niño Danny, pierde a su madre en un crash. Su padre lo encierra en casa y no lo deja salir por dieciocho años. Le hace creer que afuera el mundo está lleno de monstruos. Para hacer creíble el asunto, cada vez que sale el padre se pone un traje de cuero negro y un casco de motorizado y coge una escopeta de dos caños. Es su puesta en escena de su mentira, la forma en que su hijo le crea. Lo que hace el padre es cazar conejos en el monte y se frota la sangre en la cara para que al llegar a casa, el pequeño Danny crea que su padre ha estado luchando contra monstruos. Y vaya si lo cree, para Danny su padre es más que un héroe, es un dios que lo protege de todo mal. Steve lleva mal el aislamiento: se sumerge en profundas depresiones, se echa en la cama y se queda ensimismado hasta que Danny lo saca de su sopor y lo invita a jugar. Entonces juegan, bailan, pintan y ven en video viejas películas una y otra vez hasta que Danny se aprende los parlamentos y las canciones. La cosa funciona más o menos bien hasta que Danny cumple los 18, entonces se rebela. Pero no es la rebeldía típica de un adolescente: Quiero más, no me basta esto, le dice a su padre, y se atreve a salir afuera, eso sí, con mucho miedo de encontrar los monstruos que no logra ver. Entonces Danny se da cuenta de que ya su hijo es un adulto y decide que ya es tiempo de acabar con la farsa. Danny se despierta una noche con el cañón de la escopeta apuntándolo directamente: para evitar que su padre lo mate huye de la casa y se esconde en el monte. Su padre va a buscarlo gritando su nombre (esta escena recuerda mucho la del Resplandor cuando Jack –otro padre enloquecido- sale del hotel persiguiendo a Danny por el laberinto helado).

Finalmente Steve lo encuentra e insiste en matarlo. Forcejean y Danny le quita el arma. Ahora lo apunta él. Y su padre le dice: ahora ya sabes quién es el monstruo. Y le pide que le dispare colocando el cañón en su garganta. Danny vacila pero un grito aterrador de su padre lo asusta y dispara. Cuando la tía Sue llega a la casa y ve a Steve muerto, cree que se ha suicidado y se lleva a Danny, que está en shock. Ella no sabrá que él mató a su padre, pero ese horror lo atormentará por mucho tiempo.

Los crímenes de Essex

Poco antes de esta serie vimos otra con planteamiento similar: el monstruo está en casa, no hace falta buscarlo lejos. Es el caso de Los crímenes de Essex, serie britániva basada en hechos reales. Jeremy es hijo adoptivo del matrimonio Bamber, granjeros adinerados que también tienen un camping de caravanas. Tiene una hermanastra, Sheila, que padece trastornos mentales, y adicción a drogas, razón por la cual su marido Colin se divorcia de ella y se lleva a los pequeños hijos mellizos a vivir con él y su nueva pareja. Un día, después de una llamada telefónica de Jeremy a la central, la policía va a la granja y encuentra muerta a toda la familia: los viejos Bamber, los dos mellizos y a Sheila, quien al parecer ha matado a todos con una escopeta y después se ha suicidado. Finalmente, tras muchas peripecias debido a la incompetencia policial, se descubre que fue Jeremy, el hijo adoptado quien cometió el quíntuple homicidio. El joven Jeremy, quien era en realidad un psicópata, odiaba a todos, especialmente a Sheila, y decidió acabarlos y quedarse con casa y herencia. Basado en un caso real, este monstruo nunca confesó y tampoco mostró ningún tipo de clemencia ni arrepentimiento. Fue especialmente cruel con su padre adoptivo a quien metió ocho tiros. Aún cumple cadena perpetua.

La noche del cazador

Hace un tiempo también vimos una película sobrecogedora: La noche del cazador (1955) único film de Charles Laughton, según la crítica es todo un clásico cinematográfico, basado en la novela homónima de Davis Grubb, pese a que no tuvo éxito de taquilla y desmotivó a Laughton a seguir dirigiendo.

Pero lo importante es el tema del padre peligroso.

Un granjero comete un robo en un banco. Antes de que llegue la policía le dice a sus hijos (un varón de siete u ocho y la pequeña de cinco) donde está escondido el dinero. En la cárcel, mientras espera la horca, le comenta a Powell, un delincuente que se hace pasar por predicador. Tremendo Robert Mitchum, da miedo desde el principio, especialmente cuando muestra sus nudillos: en su mano izquierda está tatuado “hate” y en la derecha “love”. Cuando sale libre busca a la viuda, la corteja y se casa con ella. La manipula con la religión y citas de la biblia, haciéndola sentirse culpable. La primera noche le pide que le diga dónde está el dinero y la mata al darse cuenta de que no lo sabe.

Solo le quedan los niños. El mayor se da cuenta de la situación, coge a su hermana y huye en un bote que el río lleva lejos. Es una de las secuencias más hermosas de la película. Pero a la mañana siguiente escuchan a Powell cantando salmos y se dan cuenta de que los ha estado siguiendo. Llegan a una granja donde una mujer sola que atiende y cuida a niños huérfanos, los adopta. Este Powell ni siquiera se molesta en fingir afecto hacia ellos, es un criminal y lo proclama su actitud, pese al discurso religioso que sólo embauca a incautas mujeres e ingenuos granjeros.

El Monstruo de los Olivos

En una novela que estoy leyendo, un hombre, casado y con dos hijos ya mayores, descubre que su tío Max, hermano de su madre que acaba de fallecer, es el Monstruo de los Olivos, un asesino serial que mató a varios niños, los evisceró y colgó de los árboles. El tío Max tenía una bodega de vinos con doble fondo, una cueva de los horrores donde pintaba las paredes con la sangre de los niños, se comía sus tripas y se masturbaba. El padre del protagonista lo descubrió y Max lo mató en el campo, mientras cogía setas. La familia adoraba a este Max porque tenía buena presencia y era muy elocuente, sus discursos eran famosos. El hijo del asesinado denuncia a su tío en un encuentro familiar y deja que ellos decidan qué hacer con él. Pero para eso tuvo que arrebatarle el micrófono. “¿Sabes qué hago con los que no me obedecen?”, le dice Max, que sí sabe intimidar.

Al parecer todo lo que necesita un monstruo, además de la sed de sangre, es saber hablar bien y ser convincente. Lo sabemos por experiencia. Lo malo es cuando el monstruo vive bajo tu propio techo, te das cuenta pero no puedes hacer, nada, de pronto tiene su lado encantador. Porque hay monstruos fascinantes, debe ser la misma fascinación que ejerce el vacío, la tentación del abismo.

Un día la descubres por casualidad su cámara de los horrores (todos los monstruos son coleccionistas) y entras a ella temblando; entonces enciendes la vela y no puedes creer lo que ven tus ojos, porque es abyecto, es perverso. Es impronunciable.

 

 

 

 

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